-Hoy tampoco voy a ir a trabajar.
Le digo a Miguel cuando aparece por la cocina más guapo que
nunca, preparado para salir a trabajar. Sonríe intentando adivinar mis
pensamientos, intentando saber como estoy.
Me observa mientras saborea el café. Llueve a mares, estamos en alerta roja, el
dichoso rio amenaza con salirse, como todos los años. Va a ser un día ajetreado
para él. Se le ve tranquilo, bueno es que es tranquilo, plácido. En ese momento
para él solo existe el café. El día va a ser largo ¿para qué correr? Parece
decirme con su mirada. Me siento a su lado con todo el arsenal de dulces que
encuentro por la casa. Él no acostumbra
desayunar en casa, pero hoy me acompaña en la glotonería, el café se le
queda escaso con tanto unte, se levanta y rellena la taza. Nuestro paladar y
estómago sacian su necesidad de azúcar, mientras nuestras miradas conectan en
ese dialogo sin palabras que muchas veces mantenemos. Cuando ya no queda nada
que untar ni café para rellenar se estira y comienza a releer el periódico del
día anterior.
La gata se introduce en mis pensamientos ¿Dónde está?
Pienso, en la calle, me respondo, en cualquier momento le veré en la puerta
esperando a que le abra, miro hacia la puerta y ahí está. ¡Increíble! He aprendido a interpretar sus
maullidos, sé cuando quiere comer, cuando quiere salir y demás necesidades o
caprichos o simplemente cuando quiere que el preste atención, pero esta concesión
con nuestras mentes me tiene anonadada. ¡Lo que hubiera disfrutado mi hija con
ella! Siempre quiso tener un gato.
-¿no vas a ir a trabajar?
Pregunto ante su actitud pachorra y tranquila.
-no tengo nada especial que hacer en el ayuntamiento, estoy
a gusto en casa.
- ¿se saldrá el rio?
-probablemente, esperemos que no sea como el año pasado.
-yo pensaba ir a mi casa, creo que ya puedo hacer algo que
debí hacer hace mucho. Mientras el rio decide qué hacer y antes de que empieces
con tu trajín de aquí para allá, que sé que eso es lo que estás esperando, ¿me
acompañas?
Mi casa está alquilada, pero sigo conservando el trastero,
lleno de infinidad de trastos y recuerdos, de los que no he sido capaz de
deshacerme.
Llegamos dando un paseo, mirando el rio, corre desaforado
doblando su caudal, rugiendo amenazante con invadir el pueblo.
El garaje está vacío, sin coches, un bando del ayuntamiento
en la puerta recomienda tomar precauciones. Aquí nunca he llegado el agua, yo
no hubiera hecho caso del papelito de la puerta, pero los cuatro vecinos que
hoy ocupan las parcelas, han sido precavidos.
Abro el trastero, huele a humedad a polvo viejo. Comienzo a
trastear y sacar cajas sin mirar el contenido, hasta que llego al tesoro
escondido, es lo único que voy a mantener. Todo lo demás acabará en el
vertedero, sin mirar y sin pensar ya no son más que trastos sin valor, así
acabaré lo que comencé tras su muerte,
terminaré el trabajo y me desharé de lo que ya no necesito. Está todo ahí, lo
suyo y lo de su padre, metido en cajas que tras cerrarlas no han vuelto a ser
abiertas. Hoy es el día. Lo único material que necesito conservar de esa parte
de mi vida se encuentra en el interior de una caja de zapatos. Todo lo demás no
son más que trastos que ocupan un sitio que podía ser aprovechado para algo
mejor.
De vuelta a casa pasamos por mi otra casa, la casa de mis
sueños que se encuentra en un estado lamentable, por fuera y por dentro.
-Esperamos que el rio la respete.
Hasta mañana. Agur.
MARIAN.
4 comentarios:
Es el buen camino, no lo dudes.
Siempre hay algo que necesitamos conservar... aunque sea en una caja, o incluso en la mente.
Besos!
Lo cierto es que este relato es más un lugar en el que compartir y departir, que un trastero en el que naufragar. Un placer esta visita a tus casas. Un saludo.
Mario
Como siempre hasta mañana agur
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