viernes, 31 de agosto de 2012

¡COMENZÓ LA GUERRA!


Con la mosca detrás de la oreja, de puntillas protegiendo los taconazos, disimulando la desilusión o más bien el cabreo sería más correcto decir, me dejo conducir hasta la mesa presidencial, más quisiera yo. Ahora entiendo lo de las bolsas que Luisa me ha dejado en el carro, pues no pienso cambiarme de ropa y no quiero la más mínima mancha en mi vestido, ya me voy a encargar yo de eso, faltaría más. A lo mejor esta va a ser nuestro primer enfado de casados, empezamos pronto, solo llevamos casados un par de horas, pero conviviendo un año, que como él mismo a dicho esto no ha sido más que un trámite, bien claro me ha quedado ¿Dónde ha quedado el romanticismo? Lo de ayer fue fantástico, ¿qué ha pasado? ¿Qué ha cambiado de ayer a hoy?
Un beso en la mejilla y una sonrisa me sacan de mis pensamientos, haya paz, pienso, haya paz…la culpa es mía, él solo quiere divertirse, yo también quiero pasármelo bien, pero así no ¡hombre! Haya paz. Si quiere divertirse que lo haga, pero ni la más mínima mancha en la ropa, ni en la suya ni en la mía, complicado resulta cuando has de comer con las manos, me las apañaré, utilizo el pan. No me gusta mancharme las manos con la comida, a demás soy muy escrupulosa, menos mal que han tenido el detalle de que el cuenco de ensalada solo lo comparta con este que dice ser mi marido, todo un detalle pues cada cuenco se comparte entre seis. No quiero ni pensar en el asco. Los vasos son de plástico, se caen a la mínima, de algún lado sale un pedazo servilleta para ayudarme  a aniquilar el primer intento de mancha. A pesar de todo la ensalada me sabe a gloria, está muy buena, hasta le tengo que pegar un manotazo por querer quitarme la hoja de lechuga a la que había echado yo el ojo, iniciamos una pelea lechuguera, esta hoja es mía y me la como yo, alguien equivoca la pelea con el salvajismo y veo volar por encima de mi cabeza una porción de ensalada toda grasienta que  afortunadamente solo me salpica un poco, el vestido impecable. La torpeza de mi vaso es sospechosa, pues vuelve a derramar el líquido amenazante.
-pásame el rollo de papel que llevas, majo.
-con un cacho te vale.
Inicio una pelea para que me lo dé, el líquido verdoso, se acerca a mi vestido, difícil huir, pues me levanto el vestido, antes enseño las bragas que permitir que una mancha malogre el vestido.
Miguel me mira, parece que no le ha gustado la idea, le hago un gesto de que te aguantas.
- Hoy está todo permitido.
 Digo mirándole más complacida que chula. Mi baso vuelve a estar lleno de nuevo, es un poco extraño que mi vaso sea tan torpe, es la tercera vez que se cae. A lo mejor la próxima vez se le cae a otro. En mi empeño de proteger el vestido y el vaso, pierdo de vista el cuenco de ensalada. No quedaba mucho, pero la estaba comiendo a gusto.
-¿qué has hecho con la ensalada, alcalde?
-yo nada, ha desaparecido cuando miraba tus piernas.
-estate atento, no puedo encargarme de todo. Ya tengo bastante con la ropa, el vaso ¿Dónde está la botella?
Hace un gesto para que mire debajo de la mesa. Tiene escondidas  botellas de sidra, ya me parecía a mí que tanto no estábamos bebiendo. Una barra de pan vuela sobre nuestras cabezas. Aparece un cuenco de ensalada. Me niego a probarlo, a saber  a quién pertenecen las babas de la lechuga.
-no pienso comer de ahí.
Un cuscurro de pan rebota en mi cabeza, miro a mi hermana menor que ríe, ya está dándole al tintorro, cuando éramos pequeñas yo era la que empezaba la guerra con los trozos de pan, se me había olvidado, contraataco lanzándole parte de la ensalada. Mi vaso vuelve a caer pillándome desprevenida, ¡Dios el vestido! ¡Quien coño es el que me tira el vaso! Miguel parece no haberse enterado del desastre, pues si yo me mancho él también, vuelco sobre su camisa blanca el contenido de su vaso, se le nota más que a mí, el suyo contiene vino tinto, me mira con esa cara suya juguetona.

Llega la carne, “el asau” ensartada en un palo, Miguel saca una navaja y me ofrece el primer pedazo sonriendo, pero no me engaña, no me va a pillar desprevenida, espero ansiosa su ataque. Una hoja de lechuga grasienta choca con mi nariz, como todo el mundo ríe, no sé de donde ha llegado el ataque, ¡qué más da! Lanzo el contenido de mi vaso, caiga a quien caiga. ¡Se desató la guerra!  Alguien vacía el contenido de una botella sobre mi espalda.
-saca el armamento que tienes escondido debajo de la mesa.
Digo mientras vacio el vaso sobre su cabeza. ¡Comenzó la guerra!

Hasta mañana. Agur
MARIAN

1 comentario:

José A. García dijo...

Y en la guerra (casi) todo está permitido...

Suerte!

J.