Según el g.p.s. me quedan veinte minutos para llegar al
hotel. Como todos los días a la misma hora, el teléfono suena, porque a pesar
de mi mal comportamiento él sigue llamando. No le digo donde estoy, pero sé que
si hablo mucho con él no voy a ser capaz de disimular mucho rato, así que hago
de tripas corazón y como todos los días cuatro frases y cuelgo.
Conociéndome como me conozco sé que de veinte minutos nada,
seguramente tarde más, me pondré nerviosa, histérica perdida por mi
incapacidad, daré veinte vueltas hasta llegar a destino. No quiero presentarme
ante él con mala cara. Todo lo contrario, así que me daré el tiempo que haga
falta hasta ser capaz de conseguirlo.
Tres cuartos de hora más tarde aparco el coche, ya llegué,
me lo tomé con calma, estoy tranquila, un poco nerviosilla, pero dentro de la
normalidad y muy contenta y dispuesta a decirle todo lo que siento, a abrirle
mi corazón. Espero que la sorpresa le guste, una ligera duda quiere instalarse
en mi cabeza, ¿qué me encontraré? La deshecho al momento, no voy a permitir que
ninguna duda estropee el momento.
Es muy tarde y estoy sin cenar, entro directa en la
cafetería a por un café o lo que sea que engañe mi estomago, pues empieza a
molestarme. Como soy tan impulsiva, ahora recuerdo que ni tan siquiera he
comido, no es de extrañar que tenga hambre.
Estaba saboreando una madalena cuando le he visto entrar, se
ha acercado a la barra, ha pedido una copa y se ha sentado en un sofá mirando
la tele. No me ha gustado la expresión de su cara, está triste, melancólico,
mirando la tele pero perdido en sus pensamientos. No he esperado más y con el
corazón a mil por hora me he sentado a su lado.
-hola alcalde.
No había reparado en mí, en que alguien se había sentado a
su lado. Me ha mirado dudando de su visión, con unos ojos como platos. Ha
girado la cabeza de nuevo hacia la tele un segundo y ha vuelto a mirarme.
-ni puedo ni quiero vivir
sin ti.
Le he dicho apoyando mi cabeza sobre su hombro. Le ha
costado reaccionar, he cogido su brazo y lo he pasado por encima de mis
hombros, ahí ha reaccionado, me ha abrazado con tanta fuerza que he escuchado
el latido acelerado de su corazón. Así nos hemos quedado, como si el sofá fuera
el de casa, abrazados como todas las noches, agarrada a su cintura sintiéndolo
muy cerca, muy mío, con su cabeza apoyada sobre la mía, su mano acariciando mi
mejilla. No sé el tiempo que así estuvimos, solo sé que los quinientos kilómetros
han merecido la pena, por ver su cara, esos expresivos ojos color miel, esa
sonrisa que me llena de vida.
Ni puedo ni quiero vivir sin él.
Hasta mañana. Agur.
3 comentarios:
Aaayyy me has tocado el corazon, que el sentimiento sea mutuo y que el sienta lo mismo "que no quiere ni puede vivir sin ti".
Un abrazote
Elizabeth
Felicidades, valiente.
Es un encuentro superromántico, pero a mí, como hombre, me da que no me quedaría tan tranquilo en el sofá, seguramente que primero daría un salto y luego diría algo así como "¿pero qué haces aquí?", pero ya sobrepuesto del soponcio, me pediría otra copa, doble.
Besos.
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